lunes, 23 de julio de 2012

Jesucristo vs. Superman




Durante varias semanas los lectores del blog Sound of the City del Village Voice votaron para elegir al «músico neoyorquino quintaesencial». Para la conquista de este pomposo título se siguió el sistema de eliminatoria directa en rondas sucesivas. Cada disputa era planteada mediante una entrada en el blog, en la que al encabezamiento - X vs. Y - seguía una breve lista de las razones por las cuales cada uno de los contrincantes merecía el título. A partir de aquí los votos de los lectores decidían el vencedor. 
Ya en primera ronda se dieron combates insólitos: el «azar» deparó un interesante Miles Davis vs. Public Enemy. Davis, que había salido bien parado de su pulso con los raperos de Fight the Power fue fulminado por Neil Diamond; de igual modo, la modosita Norah Jones se merendó sin pestañear a otro titán del jazz: el inefable Thelonious Monk.

Como se ve en muchos de los comentarios que acompañan a los enfrentamientos, la clave para la victoria estaba en la sinrazón del fan, en ese yo por mi vaca sagrada mato que sale a relucir, por mucho que lo revistamos con alambicados argumentos, cada vez que alguien se atreve a cuestionarla. Así, basta con que el número de fans de un músico sea mayor que el de su contrincante. A pesar de lo arbitrario del sistema, la final enfrentó a dos de los que, con mucha probabilidad, todos hubiéramos incluido entre los cinco primeros cabezas de serie: John Coltrane y Lou Reed, o, como dijo un comentarista del blog, Jesucristo y Superman. 

¿Pucherazo? Poco importa si aceptamos que es la final soñada, el partido del siglo. Dos figurones, cada uno con su propuesta narrativa ¿A que me refiero con lo de narrativo? Pues al argumentario esgrimido para apoyar cada candidatura y que, sin embargo, el sistema de voto cancela, tal y como ocurre en unas elecciones cuando se vota a las siglas de un partido político ahorrándose el esfuerzo de leer los programas de los contendientes. Pero esto, aquí, es algo secundario.

El autor del blog plantea la competición invitando al debate sobre cuál de los músicos  concurrentes responde al rótulo «músico neoyorquino quintaesencial». ¿Y qué es eso? Aquí está el meollo del asunto. Más o menos se trata de juzgar el ajuste de una persona - de una máscara - a lo que se considera el retrato robot del perfecto músico neoyorquino. Así, por ejemplo, se define a Jon Spencer como un candidato que cumple dos de las grandes tradiciones musicales de Nueva York, a saber: 1) es un muchacho de Nueva Inglaterra que llega a la ciudad para hacerse un nombre y, 2) urbaniza el sonido del sur rural de los EEUU. 

De acuerdo, en este momento vislumbramos la propuesta original del concurso. Necesitamos una narración para cada músico, y esta narración ha de ajustarse a otra considerada como propia de la ciudad de Nueva York: la de su músico quintaesencial. Sin embargo, dada la dificultad de saber qué pueda ser esa quintaesencia se tratará más bien de elaborar un paradigma y juzgar en qué medida pueda serle propio a la ciudad. De este modo cada paradigma sería a su vez una propuesta de quintaesencia musical neoyorquina.

Avancemos un poco más. La rival de Spencer, Madonna, es presentada como una gran estratega a la hora de lograr éxito, sin que sepamos demasiado bien a qué atenernos para juzgar su neoyorquinidad. El autor del blog, por obra u omisión, se carga los términos de comparación entre ambos concursantes. 

Chapuzas al margen, el sorpasso de la ambición rubia podría justificarse sin dificultad, ya que encarna a la perfección - he aquí una propuesta narrativa que cualquier participante en la votación podría formular por si mismo - la mezcla de glamour, descaro, sofisticación y vulgaridad que bien puede definir otro paradigma de músico neoyorquino. Juzgaríamos, por lo tanto, la potencia de dos paradigmas: el «spenceriano» o el «madonniano».

De este modo, vendrían en nuestro socorro multitud de sobreentendidos, clichés de los que necesariamente se tendrá que servir todo el que quiera jugar sin reducir su participación a clicar, sin más, sobre el nombre del artista del que es seguidor; tanto da que el participante sea de Nueva York como de San Juan de Paluezas, basta que maneje con cierta soltura algunos de esos clichés.

Los criterios que siguen los votantes podrían responder a la potencia de cada paradigma, pero, si ocurre así, es sólo de un modo secundario, primando, como decíamos, la fidelidad del fan. En cualquier caso, lo sustancial aquí es señalar la importancia de la conformación de un paradigma en la fabricación de ídolos y, por tanto, el papel fundamental que desempeñan los elementos extramusicales en la música pop. De esto va el juego.

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