Durante
varias semanas los lectores del blog Sound
of the City del Village Voice votaron para elegir
al «músico
neoyorquino quintaesencial». Para la conquista de este pomposo
título se siguió el sistema de eliminatoria directa en rondas
sucesivas. Cada disputa era planteada mediante una entrada en el
blog, en la que al encabezamiento - X vs. Y
- seguía una breve lista de las razones por las cuales cada uno de
los contrincantes merecía el título. A partir de aquí los votos de
los lectores decidían el vencedor.
Ya
en primera ronda se dieron combates insólitos: el «azar» deparó
un interesante Miles Davis vs. Public Enemy. Davis, que había salido
bien parado de su pulso con los raperos de Fight the
Power fue fulminado por Neil Diamond; de igual modo, la
modosita Norah Jones se merendó sin pestañear a otro titán
del jazz: el inefable Thelonious Monk.
Como
se ve en muchos de los comentarios que acompañan a los
enfrentamientos, la clave para la victoria estaba en la sinrazón del
fan, en ese yo por mi vaca sagrada mato que sale a
relucir, por mucho que lo revistamos con alambicados argumentos, cada
vez que alguien se atreve a cuestionarla. Así, basta con que el
número de fans de un músico sea mayor que el de su
contrincante. A pesar de lo arbitrario del sistema, la final enfrentó
a dos de los que, con mucha probabilidad, todos hubiéramos incluido
entre los cinco primeros cabezas de serie: John Coltrane y Lou Reed,
o, como dijo un comentarista del blog, Jesucristo y Superman.
¿Pucherazo?
Poco importa si aceptamos que es la final soñada, el partido del
siglo. Dos figurones, cada uno con su propuesta narrativa ¿A que me
refiero con lo de narrativo? Pues al argumentario esgrimido para
apoyar cada candidatura y que, sin embargo, el sistema de voto
cancela, tal y como ocurre en unas elecciones cuando se vota a las
siglas de un partido político ahorrándose el esfuerzo de leer los
programas de los contendientes. Pero esto, aquí, es algo secundario.
El
autor del blog plantea la competición invitando al debate sobre cuál
de los músicos concurrentes responde al rótulo
«músico neoyorquino quintaesencial». ¿Y qué es eso? Aquí está
el meollo del asunto. Más o menos se trata de juzgar el ajuste de
una persona - de una máscara - a lo que se considera el retrato
robot del perfecto músico neoyorquino. Así, por ejemplo, se define
a Jon Spencer como un candidato que cumple dos de las grandes
tradiciones musicales de Nueva York, a saber: 1) es un muchacho de
Nueva Inglaterra que llega a la ciudad para hacerse un nombre y, 2)
urbaniza el sonido del sur rural de los EEUU.
De
acuerdo, en este momento vislumbramos la propuesta original del
concurso. Necesitamos una narración para cada músico, y esta
narración ha de ajustarse a otra considerada como propia de la
ciudad de Nueva York: la de su músico quintaesencial.
Sin embargo, dada la dificultad de saber qué pueda ser
esa quintaesencia se tratará más bien de elaborar
un paradigma y juzgar en qué medida pueda serle propio a la ciudad.
De este modo cada paradigma sería a su vez una propuesta
de quintaesencia musical neoyorquina.
Avancemos
un poco más. La rival de Spencer, Madonna, es presentada como una
gran estratega a la hora de lograr éxito, sin que sepamos demasiado
bien a qué atenernos para juzgar su neoyorquinidad. El
autor del blog, por obra u omisión, se carga los términos de
comparación entre ambos concursantes.
Chapuzas
al margen, el sorpasso de la ambición rubia podría
justificarse sin dificultad, ya que encarna a la perfección - he
aquí una propuesta narrativa que cualquier participante en la
votación podría formular por si mismo - la mezcla de glamour,
descaro, sofisticación y vulgaridad que bien puede definir otro
paradigma de músico neoyorquino. Juzgaríamos, por lo tanto, la
potencia de dos paradigmas: el «spenceriano» o el «madonniano».
De
este modo, vendrían en nuestro socorro multitud de sobreentendidos,
clichés de los que necesariamente se tendrá que servir todo el que
quiera jugar sin reducir su participación a clicar, sin más, sobre
el nombre del artista del que es seguidor; tanto da que el
participante sea de Nueva York como de San Juan de Paluezas, basta
que maneje con cierta soltura algunos de esos clichés.
Los
criterios que siguen los votantes podrían responder a la potencia de
cada paradigma, pero, si ocurre así, es sólo de un modo secundario,
primando, como decíamos, la fidelidad del fan. En
cualquier caso, lo sustancial aquí es señalar la importancia de la
conformación de un paradigma en la fabricación de ídolos y, por
tanto, el papel fundamental que desempeñan los elementos
extramusicales en la música pop. De esto va el juego.
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