lunes, 25 de enero de 2010

Efecto Mozart


En 1993 Gordon Shaw y Frances Rauscher dieron a conocer un estudio llevado a cabo con alumnos de instituto que, tras escuchar los primeros diez minutos de la Sonata para dos pianos en re mayor de Mozart, realizaron el test de Stanford-Binet para medir el cociente intelectual. Por lo visto, la audición mejoró temporalmente su capacidad de razonamiento espacio-temporal, herramienta cognitiva de gran utilidad para, por ejemplo, las matemáticas. Esta mejora de las facultades intelectivas es lo que se conoce desde entonces como efecto Mozart. El experimento despertó tanto interés como controversia, iniciando una línea de investigación que continúa desarrollándose en la actualidad en el ámbito de las neurociencias.

El concepto clave aquí es el de la neuroplasticidad. Santiago Canals, investigador del CSIC, habla de esta característica del cerebro en una interesante entrevista publicada en Tercera Cultura
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De forma simplificada, lo que estamos viendo una vez más es que el cerebro adulto no es un órgano estructural o funcionalmente estático, que queda determinado al final del desarrollo y desprovisto de capacidad para reorganizarse. Por el contrario, el cerebro es un órgano extraordinariamente dinámico, que se adapta a circunstancias cambiantes como si de un material plástico se tratara. De ahí la expresión neuroplasticidad. En particular, nuestro trabajo sugiere que como consecuencia del aprendizaje o la memoria podemos esperar un cambio plástico en la organización de las redes neuronales. Dicho cambio funcional podría albergar una traza de memoria.
El efecto Mozart se explicaría vinculando música y redes neuronales a través del fenómeno de la neuroplasticidad. A finales del año pasado, unos investigadores del departamento de psicología de la Universidad de Babes-Bolyau, en Rumanía, hicieron públicos los resultados de su trabajo sobre este particular.

El experimento se hizo con un grupo de ratones a los que se les practicó una callosotomía, operación quirúrgica que consiste en extraer una porción del cerebro, relacionada, en este caso, con la memoria espacial, inmediatamente después de nacer. Tras exponer a los ratones a la música de Mozart doce horas diarias durante quince días, empezaron a manifestarse los primeros síntomas de recuperación del daño cerebral. Se llevaron a cabo pruebas de orientación espacial en un laberinto, así como un test MBT para determinar su capacidad de reacción emocional, obteniendo resultados sensiblemente mejores en comparación con los ratones que no fueron expuestos a las sonatas mozartianas.


No deja de causar perplejidad la imagen de unos ratones afinando sus capacidades intelectuales con música de Mozart. ¿Habrá que sustituir en las trampas para ratones el infalible trocito de queso por un cd del genio salzburgués?

En caso de ser cierta esta teoría estaríamos ante una evidencia científica que permitiría abordar desde una nueva óptica los efectos que la música provoca en el hombre, más allá de la vieja teoría del ethos, a la que ya se aludió en este blog.