domingo, 10 de septiembre de 2017

Música de mierda



 

Cuando leí el titular pensé que se trataba de una noticia de El mundo today, pero no, era la conclusión de un estudio realizado por un desarrollador de software, desarrollador cuyo talento, eso sí, bien podría ser aprovechado en EMT.

Como podía tratarse de una interpretación precipitada del estudio por parte del redactor de ABC, me dispuse a escudriñar la página web que aloja el trabajo, Musicthatmakesyoudumb. Pues tampoco. Tanto el titular como el contenido de la noticia reflejaban fielmente los resultados del trabajo de Virgil Griffith.

Griffith establece una correlación entre la media de los resultados en las pruebas de aptitud académica que se realizan en las universidades estadounidenses y las diez canciones más populares en cada una de ellas. El resultado de enfrentar las puntuaciones con los responsables de las canciones es el de la imagen inferior (pinchar aquí para ver en tamaño grande). Resumiendo: a las lumbreras les pirra Beethoven mientras que Lil Wayne es el favorito de los más zotes.







Viendo la gráfica sorprende, por ejemplo, que el dominio de lo que el autor llama «música clásica» ocupe un rango de puntuación sesenta dígitos por debajo del rotulado con el nombre «Beethoven». Entre ambos se sitúan «AC/DC» o «Techno», entre otros. 

La coherencia no parece ser la principal virtud del estudio. Pero si he de ser sincero lo que me llamó realmente la atención del artículo de ABC fue la siguiente frase:
Y es que, los alumnos con peor expediente académico escuchan a cantantes como Beyonce, Lil Wayne o Jay Z. A su vez, son fans de géneros como el pop, el «reggaetón» y el jazz

¿¡¡«...y el jazz»!!? Hasta llegar a ese renglón final había recorrido el artículo con indiferencia, aunque todo aquello oliera a chamusquina. Por un lado no me sentía aludido por la conclusión final, ni siquiera por la parte positiva, puesto que aunque Beethoven forma parte de mi dieta musical, escucho la suficiente cantidad de mala música como para no esperar ningún tipo de redención. Me veía paseando plácidamente en la zona tibia de la tabla, entre «Classic Rock» «Sufjan Stevens», algo incomodado por la proximidad de «Coldplay»... Pero ese «...y el jazz» era todo un sopapo a rodabrazo que me colocaba con el rezago, junto a los aficionados a la soca y el reguetón. ¿Bill Evans sentado junto a King Africa en el vagón de cola? La broma empezaba a ser demasiado pesada.

Naturalmente fue fácil desvelar lo endeble del trabajo de Griffith. Él mismo advertía en su web que establecer una correlación no es lo mismo que relacionar un efecto con su causa, por lo que su intención no iba más allá de generar un titular llamativo. Pero de forma simultánea me sentí culpable por mi indiferencia inicial. No creí necesario desmentir las conclusiones del estudio hasta que me vi implicado... negativamente. Fui partícipe del desprecio a los amantes del reguetón, no otra cosa era el cebo enganchado al titular.

Griffith, Wilson y Bourdieu.

música de mierda carl wilson
En su libro Música de mierda, Carl Wilson no proporciona las claves que permitan distinguir la buena música de la mala, si no que trata de explicar cómo se forma el gusto y las razones por las que consideramos que el nuestro es mejor que el de los demás. 

Es, en buena medida, un trabajo doxográfico en el que se suceden las citas de diferentes estudiosos del gusto musical. Por ejemplo, en el capítulo siete aparecen ilustrados como Hume o Kant alternando con autores contemporáneos. No falta la cuota científica, como cuando se trata la relación de los niveles de dopamina en el cerebro con el placer musical. Pero en ningún momento – que recuerde – se hace alusión a variables propias de la música que sirvan para fundamentar el juicio. Hume, nos dice el propio Wilson, lo que hace realmente es describir la labor del crítico, sin proporcionar un estándar del gusto. En cuanto a la neuroquímica, una sinfonía de Beethoven puede elevar los niveles de dopamina en un individuo tanto como una canción de Lil Wayne en otro; este experimento nada nos dice ni de la sinfonía ni de la canción.

Algo parecido pasa con el estudio de Griffith/titular de ABC, que funciona como una falacia ad hominem en la que se carga contra el reguetón no por razones intrínsecas al género, si no poniendo el foco en las bajas puntuaciones de sus aficionados en las pruebas de admisión universitaria. 

En el capítulo ocho, Wilson se ocupa del libro del sociólogo francés Pierre Bourdieu La distinción. Criterio y bases sociales del gusto. Para estudiar la distribución social de las preferencias musicales Bourdieu enfrenta una serie de grupos laborales ordenados en base a su capital educativo con tres obras musicales que vendrían a corresponder a baja, media y alta cultura (lowbrow, middlebrow y highbrow). El resultado revela que las clases de mayor capital cultural muestran una marcada preferencia por aquellas obras legitimadas por el canon musical, mientras que las clases de menor capital cultural lo hacen con obras de «música «ligera» o «erudita»   desvalorizada por la divulgación».


Bourdieu, La distinción


Lo importante aquí, nos dice Wilson - resumo -, es que las preferencias musicales funcionan como elementos de afianzamiento y promoción social, siempre desde un habitus determinado - las circunstancias en las que cada cual está inmerso - y moviéndonos en un campo determinado - el cultural, en nuestro caso -. El fin último de la distinción es el de perpetuar y reproducir la estructura de clases.

Escribe Wilson:
La búsqueda de la distinción tiene lugar dentro de esos campos. Los gustos son el resultado de la interacción entre el habitus y el campo - intentos condicionados por nuestro historial de mejorar nuestro estatus acumulando capital cultural y social en esferas concretas - y, sobre todo, buscan impedir que nos confundan con alguien con estatus inferior. Bourdieu escribió que «seguramente los gustos son sobre todo aversiones, reacciones a la contra provocadas por el horror o la intolerancia visceral ante los gustos de los demás».
A continuación vienen las matizaciones. Wilson considera que el trabajo de Bourdieu pertenece a un tiempo ya superado. El sociólogo francés ve como posible la permeabilidad entre los diferentes niveles alto, medio y bajo en lo que respecta a las obras, en la medida en que su popularización implica un desplazamiento desde la zona alta a la media o incluso a la baja - el Danubio Azul de Strauss en el ejemplo de la gráfica de arriba -. 

Otra cosa es ya el movimiento inverso: que algo popular ascienda hasta el nivel superior. Aquí es donde parece estar el hito que identifica el presente, caracterizado por el derribo de esa jerarquía alto/medio/bajo a cuenta de la denominada cultura no-brow, una suerte de vale tudo.

En sintonía con este derribo vendría una segunda matización, dada a partir del recurso a la figura del omnívoro cultural, un sujeto cuya dieta no hace distingos y que arroja un perfil que encajaría, y no deja de tener gracia la cosa, en el galimatías resultante de agrupar las etiquetas que aparecen en la zona media de la tabla de Griffith. 

La figura contemporánea del omnívoro fulmina ese uso del reguetón como marcador social y, naturalmente, también el del jazz o el de cualquier otro género. Finalmente el destartalado estudio de Griffith refleja, de carambola, una realidad en la que la jerarquía bourdieuana se va disolviendo. Lo hace lentamente, por eso todavía mordemos titulares-anzuelo como el de ABC. 

¿O es que picamos por creer que hay razones objetivas para considerar al reguetón una música de mierda, al margen de que pueda o no pueda ser - señores Wilson y Griffith - música que escucha «gente de mierda»*? Ahí lo dejamos.

*Griffith termina por «demostrar», a pesar del título de su trabajo, que la gente con menos nivel de estudios es la que peor música escucha. Wilson, por su parte, acaba sorprendiéndose de que gente con un nivel económico medio/alto, escuche la música de Celine Dion. Los argumentos no van de la música a la gente, si no al revés. Por lo tanto parecería más apropiado este rótulo.

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