martes, 11 de agosto de 2015

El genio IV


La entrada anterior niega el lugar común del genio como figura surgida a finales del siglo XVIII, durante el Romanticismo. Con Rameau nos situamos un poco antes, en los últimos años del periodo barroco y un genio más comedido, atemperado por el buen gusto. No es el genio posterior, el infalible mago wagneriano que ignora las reglas; pero la chispa que asociamos a esa figura ya está ahí, apuntada por el francés.

Aún podemos retroceder algo más en el tiempo. En la primera mitad del siglo XVII el italiano Giovanni Battista Doni, al analizar los talentos particulares de compositores de contrapunto y de ópera, enfrentando la creación de un artesano con la de un genio, respectivamente, escribe lo siguiente:

Esto mismo ocurre en poesía con aquéllos que, siendo incapaces de componer cosas con ingenio e imaginación, se entregan a la composición de anagramas, acrósticos y argucias similares haciéndose así merecedores más del nombre de juntaletras que del de poetas. Gesualdo, príncipe de Venosa, por otro lado, alguien nacido verdaderamente para la música, dotado para la expresión musical y que podía vestir con su talento musical cualquier material poético, nunca se ocupó, al menos que uno sepa, de cánones y artificiosos ejercicios similares. Así debería ser, entonces, el genio del gran compositor, particularmente para aquel tipo de composiciones musicales que deben hacer que cobren vida todos los afectos interiores del alma con expresión vívida.