lunes, 28 de enero de 2013

El despreciador despreciado (y 2)


Volvamos al texto de Confidencias Pop:
« (…) el rock indie mira con enorme desprecio al hard, al punk o al garage, estilos de macarras por completo alejados de la sensibilidad que exige el arte. Sí, el esnobismo contemporáneo no es más que una versión cínica del clasismo.»
Sin abandonar este tipo de planteamientos psicologistas, se diría que el mismo desprecio podrían sentir los aficionados a esos estilos hacia el indie rock, ¿o es que hard, punk y garage son inmunes al esnobismo? Las divertidas diatribas que Tim Warren - dueño de Crypt Records - lanza desde las hojas interiores y las portadas de la serie recopilatoria Back from the grave contra todo atisbo de pretensión musical, constituyen un verdadero catecismo para connaiseurs de basura exquisita a lo Cramps. Crypt es un ejemplo de fenómeno de culto transversal en lo que a público se refiere - no parece necesario ser un macarra para comulgar con su ideario y coleccionar sus discos - y como tal en absoluto exento de esnobismo: nada más cool que escuchar a bandas de garage de Omaha o Huntsville. La imagen superior describe muy bien el credo de Warren: un zombi rocker de la edad de oro del rock and roll - del 55 al 66, según la lápida que está a su izquierda - sale de la tumba para enterrar todos los estilos musicales sobrevenidos desde entonces.  
De hecho, y como en un fractal, estas querellas con trasfondo esnob se dan entre la mayoría de estilos, como ocurriría al enfrentar a, por ejemplo, exquisitos coleccionistas de 60s garage beat americano con seguidores de bandas como Extremoduro o Eskorbuto. De igual modo, un seguidor de un tipo de metal muy rebuscado podrá verse en disposición de rechazar, por vulgares, corrientes como el hair metal, algo que, rizando el rizo, podrá ocurrir también entre seguidores de bandas pertenecientes a un mismo género.
Planteadas así las cosas - la música pop como disciplina que exige una actitud crítica - no creo que se pueda afirmar que esta característica sea algo que defina particularmente al rock indie, sea lo que esto sea: sería el rock, a secas, al que se le podría colgar este sambenito. 

Justo en el límite superior que establece Tim Warren, a partir del 66, cuando arranca el tsunami jipi que inundará de amor el verano del año siguiente, el rock  aspira al ascenso de categoría: quiere ser arte o, como diríamos ahora, «cultura». Hay indicios inequívocos: Lennon fascinado con la vanguardia neoyorquina vía Yoko Ono, Sgt. Pepper's, el art-rock, etc. Otro hecho más que significativo: Rolling Stone - la revista - ve la luz en 1967 buscando una ubicación cercana a la contracultura pero sin perder de vista el nuevo nicho de mercado. Los adolescentes que pasaban las tardes bebiendo zarzaparrilla al lado de un juke box, como en American Graffiti, se han convertido en jóvenes que toman ácido y leen a Marcuse. Así, en las páginas de Rolling Stone no va a ser difícil encontrar artículos ninguneando a los Camela de la época. Podría decirse que es justo a partir de este momento cuando se consolida la crítica rock, molde para una audiencia dispuesta a creer que participa de una experiencia sublime y no tanto de un pasatiempo - una polémica muy de actualidad por los rifirrafes entre la Hacienda Pública y los administradores de Cultura acerca de las fronteras entre entretenimiento y «cultura» -. Hasta la aparición de este tipo de publicaciones, el trato que se le da a la música pop es más parecido al de las secciones de «ecos de sociedad» de los diarios, en la línea de la revista española Superpop
En conclusión: si no he entendido mal, la propuesta de los columnistas supone desplazar la crítica musical desde el gusto personal - abono para esnobismos, etc., etc., - hacia criterios «objetivos» para así no obviar a los artistas de éxito, siendo necesario para lograrlo el tener como marco de referencia el género al que pertenece la obra. No es mala idea...Pero, incidiendo en lo dicho en la primera parte de este artículo: hay géneros que pueden sobrevivir perfectamente sin esta labor. ¿Necesita un fan de Camela chaparse un artículo similar a los que se estilan en Mojo para confirmar sus gustos o siquiera para descubrir a una nueva banda de flamenco-pop? Pues hasta el momento parece que no, y esto habla de la persistencia de un público que puede prescindir de coartadas intelectuales que le rediman de participar en esa experiencia supuestamente alienante, para usar un tipo de jerga también persistente, propia del pop de los teen idols, coartadas que están en la raíz de, al menos gran parte, la crítica rock.
A esta circunstancia habría que añadir además el hecho de que con internet la labor de los mediadores, la crítica en este caso, puede ponerse en gran medida entre paréntesis, eso si aún no han recibido ya la visita del zombi de Crypt Records, claro.